Con la irrupción de la
modernidad desde el siglo XIX como consecuencia lógica de los valores
racionalistas heredados del “siglo de las luces”, cuyas raíces más
profundas habría que buscarlas en el humanismo del Renacimiento, se ha
producido una acertada separación entre la sociedad civil o el Estado y
la Iglesia propiamente dicha. De igual modo se ha producido un
distanciamiento considerable y paulatino del mundo del arte hacia la
temática religiosa. Evidentemente cuando la Iglesia ostentaba un papel
preeminente en la sociedad, su mecenazgo en las artes se ha dejado
sentir en todos los ámbitos de la cultura. Han sido innumerables las
grandes obras artísticas realizadas por encargo de la Iglesia a
particulares con contenido propiamente religioso. Estas obras en la
imaginería o en la pintura han entrado a formar parte de la devoción del
pueblo cristiano, claro ejemplo de ello lo tenemos en nuestra ciudad con
la imagen de la “Virgen de las Maravillas”, obra artística bellísima e
imagen de devoción que canaliza todo el fervor de nuestra
ciudad.
La transvanguardia y la
posmodernidad han dado al traste con todos o casi todos los criterios
aceptados como estéticos o del buen gusto burgués, en un movimiento de
rebeldía y libertad que a mi modo de ver ha sucumbido al mercado del
arte, donde a modo de estrellas del espectáculo se fabrican
personalidades artísticas de “consumo”, de modo que en la obra artística
es más importante la firma y su cotización que el valor estético de la
misma.
Todo ello,
evidentemente, no es un buen caldo de cultivo para las manifestaciones
de arte religioso, que en el mejor de los casos será tachado de
reaccionario o retrógado, e igualmente será expoliado del mundillo de la
cultura posmoderna.
Pues bien, en esta
exposición de arte religioso, y sin temor a ser reprobado como
“carrozón” y “carca” me atrevo a invertir, por así decirlo, el uso del
arte en estos tiempos. En los temas que se exponen lo principal no es la
materia estética sino el contenido; el lenguaje artístico ha sido
“utilizado” para representar un contenido de fe. Es por tanto no una
manifestación artística sino una declaración de fe, la fe en el misterio
redentor de Jesucristo que entregó su vida por nosotros según las
palabras de Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que
tengan Vida Eterna”. Por ello esta muestra se articula desde la Palabra
de Dios preexistente, el tiempo oscuro de la promesa, el momento de la
plenitud de los tiempos en que “la Palabra se hizo carne y acampó entre
nosotros”, con la natividad y la infancia de Jesús para posteriormente
centrarse en el Misterio Pascual de su redención con la Pasión, Muerte y
Resurrección, culminando con la Gloria de la Santísima Trinidad donde
Cristo aparece sentado a la derecha del Padre como Alfa y Omega, como
principio y fin de toda la historia, y con la Gloria de la Iglesia en
los frutos de la santidad cuya figura preeminente es la Virgen María.
Espero que el recorrido
por esta exposición no sea sólo para abrir los ojos de la mente o para
gratificar los sentidos; esta no es su finalidad, sino que sea una
mirada de fe o por lo menos una apertura del alma, a lo profundo del
corazón donde Dios habita en cada hombre. Que puedan comprender que toda
la belleza de la creación, expresada también en la creación artística,
no es sino una declaración de la belleza, sabiduría y bondad de Dios.
Tomás Gómez Fernández