sábado, 29 de abril de 2017

¿Por qué Pintura Religiosa?

Con la irrupción de la modernidad desde el siglo XIX como consecuencia lógica de los valores racionalistas heredados del “siglo de las luces”, cuyas raíces más profundas habría que buscarlas en el humanismo del Renacimiento, se ha producido una acertada separación entre la sociedad civil o el Estado y la Iglesia propiamente dicha. De igual modo se ha producido un distanciamiento considerable y paulatino del mundo del arte hacia la temática religiosa. Evidentemente cuando la Iglesia ostentaba un papel preeminente en la sociedad, su mecenazgo en las artes se ha dejado sentir en todos los ámbitos de la cultura. Han sido innumerables las grandes obras artísticas realizadas por encargo de la Iglesia a particulares con contenido propiamente religioso. Estas obras en la imaginería o en la pintura han entrado a formar parte de la devoción del pueblo cristiano, claro ejemplo de ello lo tenemos en nuestra ciudad con la imagen de la “Virgen de las Maravillas”, obra artística bellísima e imagen de devoción que canaliza todo el fervor de nuestra ciudad.  
            
Se ha producido también en los movimiento artísticos de todo el siglo XX una independencia del arte, o del lenguaje artístico, de todo contenido literario o doctrinal para centrarse en “el arte por el arte”; como consecuencia lógica de esto se ha ido pasando de un arte “representativo”, con una temática, a un arte “formal”, ocupado en los propios problemas estéticos, color, composición, etc. Consecuencia lógica será el desarrollo de todo el “informalismo” y el “arte abstracto” que tan grandes cotas ha alcanzado en nuestro país.

             La transvanguardia y la posmodernidad han dado al traste con todos o casi todos los criterios aceptados como estéticos o del buen gusto burgués, en un movimiento de rebeldía y libertad que a mi modo de ver ha sucumbido al mercado del arte, donde a modo de estrellas del espectáculo se fabrican personalidades artísticas de “consumo”, de modo que en la obra artística es más importante la firma y su cotización que el valor estético de la misma.

             Todo ello, evidentemente, no es un buen caldo de cultivo para las manifestaciones de arte religioso, que en el mejor de los casos será tachado de reaccionario o retrógado, e igualmente será expoliado del mundillo de la cultura posmoderna.

             Pues bien, en esta exposición de arte religioso, y sin temor a ser reprobado como “carrozón” y “carca” me atrevo a invertir, por así decirlo, el uso del arte en estos tiempos. En los temas que se exponen lo principal no es la materia estética sino el contenido; el lenguaje artístico ha sido “utilizado” para representar un contenido de fe. Es por tanto no una manifestación artística sino una declaración de fe, la fe en el misterio redentor de Jesucristo que entregó su vida por nosotros según las palabras de Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan Vida Eterna”. Por ello esta muestra se articula desde la Palabra de Dios preexistente, el tiempo oscuro de la promesa, el momento de la plenitud de los tiempos en que “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”, con la natividad y la infancia de Jesús para posteriormente centrarse en el Misterio Pascual de su redención con la Pasión, Muerte y Resurrección, culminando con la Gloria de la Santísima Trinidad donde Cristo aparece sentado a la derecha del Padre como Alfa y Omega, como principio y fin de toda la historia, y con la Gloria de la Iglesia en los frutos de la santidad cuya figura preeminente es la Virgen María.

             Espero que el recorrido por esta exposición no sea sólo para abrir los ojos de la mente o para gratificar los sentidos; esta no es su finalidad, sino que sea una mirada de fe o por lo menos una apertura del alma, a lo profundo del corazón donde Dios habita en cada hombre. Que puedan comprender que toda la belleza de la creación, expresada también en la creación artística, no es sino una declaración de la belleza, sabiduría y bondad de Dios.

Tomás Gómez Fernández